TANTA AGUA

Yo sé que nunca me quiso. Algunas veces me lo decía. ¡Carajo!¡No sé para qué te tuve! Pero en el fondo nunca le creía, porque papá me decía que no era verdad, que mamá era así de loquita, que me quería aunque no me lo supiera demostrar. La abuela Cuca, mi abuela materna, era más cariñosa conmigo, me daba los gustos, pero sin que mamá se enterara. Una vez me compró una muñeca para un día de reyes y me la dio a escondidas cuando vino a la tarde a casa. Los reyes magos no existían en casa por eso van en minúscula. Cuando mi mamá se enojaba yo me escondía debajo de la mesa de la sala y me tapaba con las sillas, me llevaba a Carolina, mi muñeca de los reyes. Un día de invierno encontré a mi mamá en el baño sentada en el suelo lloraba y acariciaba algo rojo como un tejido, había sangre creo.

Pobre mi mamá.

Yo me asusté y me fui debajo de la mesa. Cuando llegó papá mamá gritaba y se la llevaron en una ambulancia. Cuando regresó, la abuela se fue. Al final no tuve hermano ni hermana nunca más. Después se fue mi papá y nadie me explicó por qué pero mejor no preguntar, cambié la mesa por el placar, me sentaba dentro.

Pobre mi mamá.

Una sola vez hablé con mi mamá, en el hospital, después de quince años de no verla porque ella se enojó mucho conmigo cuando me escapé de casa con el Raúl y me llevé la heladera. Nunca me pudo perdonar, me dijo chorra de mierda y no nos vimos más.

Pobre mi mamá. Ahora que soy madre la perdono y cuando voy al cementerio, cada tanto, le cuento mi vida le llevo dos alfajores de chocolate y agua mucha agua porque tengo que limpiar tanta pero tanta sangre. Hoy está por llover.